27.2.08

El Hotel Azul

Acabo de traducir algunos cuentos de Stephen Crane, escritor norteamericano que falleció muy joven, a los 28 años. En su corta vida, demostró ser un narrador excepcional; tanto es así, que Theodore Dreiser y Ernest Hemingway, debieron aceptar que Crane había sido su "papá" literario.
Fue periodista, corresponsal de guerra (cubrió la guerra greco-turca y la guerra contra España, cuando los EE.UU. se quedaron con Cuba)a finales del siglo XIX.
De todo lo que Crane escribió, a mí me subyuga "El Hotel Azul", un cuento que es perfecto y demuestra la maestría de este narrador.
En un pueblito del interior de los EE.UU, hay un hotel pintado de un azul rabioso; el propietario, Scully, lo hizo para llamar la atención de los viajeros que llegan a la pequeña estación de tren. En medio de una borrasca de nieve, tres sujetos arriban con el tren y Scully consigue atraerlos hacia su hotel. Una vez allí, la tormenta arrecia aún más fuerte y quedan atrapados.
Uno de los personajes, que parece sueco, se comporta de manera extraña; da la impresión de no estar bien en sus cabales. Demuestra miedo, agresividad, es huraño, dice cosas no demasiado comprensibles, etc.
El hijo del dueño del hotel, un muchacho, invita, para vencer el aburrimiento, a una partida de cartas. Los huéspedes aceptan. En medio de la partida, el sueco reacciona con violencia y acusa al muchacho de hacer trampas. De la discusión (el joven niega rotundamente lo de la trampa) surge ir a pelear afuera y el sueco le da una paliza al muchacho. Entonces, Scully, el propietario del hotel, decide echar al sueco.
El sueco, indignado y temeroso a la vez (piensa que lo van a asesinar entre todos) se aleja en medio de la tormenta, llega al pueblo, se mete en el bar y se emborracha. Alardea de la paliza que le dio al muchacho por tramposo e invita a beber a tres sujetos que están en una mesa, uno de ellos jugador profesional. Como no le aceptan el convite, el sueco reacciona con violencia y agrede al jugador. Este le clava un estilete y lo mata...
Pasa el tiempo y los otros dos huéspedes del hotel (un vaquero y un corredor de comercio) se encuentran y recuerdan el episodio. Al jugador le han dado tres años por matar al sueco y ellos se ponen a comentar los sucesos de aquel día.
Del diálogo, el corredor de comercio le dice al vaquero que el sueco tenía razón: el muchacho hacía trampas y él no se atrevió a denunciarlo. Su teoría, entonces, es que TODOS tienen la culpa de haber matado al sueco, no solamente el jugador, el que lo mató en la realidad.
El vaquero no comparte este razonamiento...
Este cuento deja muchísimas reflexiones. Primero: el "NO TE METAS" de este individuo; su silencio llevó a un hombre a la muerte. Segundo: tiene que ver con nuestros prejuicios: el sueco era una persona antipática y extraña. Por lo tanto, terminó como lo estaba preanunciando. Tercero: la ingratitud (el peor pecado según Cervantes). Al sueco le hicieron un vacío porque era distinto y el hipócrita, que había visto las trampas del muchacho, se calló la boca.
Una pintura acabada de lo que son muchos especímenes de nuestra especie. Se rasgan las vestiduras en opiniones sumamente "morales" y mandan a la muerte a alguien, que poseía LA VERDAD.
Y por último, la gratuidad de todo: no jugaban por nada, salvo para matar el tiempo en medio de una borrasca.
No hablar a su tiempo o hablar demasiado, puede llevarnos al drama o, como en este caso, a la tragedia.
Esta es la enseñanza del cuento de Crane que muchos deberían aprender. Todos ellos salieron en defensa del TRAMPOSO; uno por pusilánime, el resto por ignorancia y por prejuicio. Y condenaron de antemano a alguien que decía LA VERDAD.
Por eso, hay que tener mucho cuidado con los "Perry Mason" que opinan sin tener la más mínima idea de los hechos o, apenas, pizpean una parte. A veces, la APARIENCIA oculta la ESENCIA. Y la INJUSTICIA brilla en todo su esplendor.

ROBERTO DIAZ

(Escritor, poeta, periodista, traductor de habla inglesa, autor de canciones, con premios nacionales e internacionales. En el 2007, fue reconocido como "PERSONALIDAD DESTACADA DE LA CULTURA DE LA CIUDAD AUTONOMA DE BS.AS.)

16.2.08

La Pajarera

Desde incontables años, existe, en Wilde, una casa con una pajarera muy grande. Años atrás, la gente se detenía para contemplar la multitud de aves que lucía. Y los chicos, con los ojos llenos de asombro, seguían el vuelo raudo de calandrias y canarios, el canto multicolor, las ranas que chapoteaban en un charco de agua en el piso de la pajarera, los loros que parloteaban en otra zona de esa vivienda que cobijaba pájaros.
Todo ese lugar donde esto ocurría, estaba poblado de alegría, de mañanas soleadas, de veranos estruendosos, de trinos.
Los años pasaron para nosotros y el país. Pasaron las historias personales y las historias colectivas; hubo cimbronazos individuales y masivos, hubo comedias y tragedias, hubo de todo como suele ocurrir en la "Viña del Señor".
Lo real, lo concreto, es que tanto nosotros como el país todo ha ido retrocediendo. Los hombres fueron perdiendo la inocencia, fueron perdiendo la Poesía. El corazón de todos se fue resecando, angostando, hasta convertirse en una simple feta que late, porque sí nomás.
Apareció la muerte, aparecieron las hordas de la muerte y se llevó la vida de a miles. A su vez, cayeron, a nuestro lado, afectos por doquier. Y el tiempo, ese gran asesino, se llevó lo mejor de cada uno de nosotros.
La Pajarera sigue, todavía, en pie. Es un símbolo. Y la gente se asombra y se detiene a mirar. Pero existe una diferencia con aquella otra, la de las aves multicolores y los cantos en la mañana. En esa inmensa Pajarera, hay, ahora, un sólo pájaro. Un cardenal de copete rojo observa, confuso, hacia todos lados y sólo encuentra soledad y vacío.
Como en aquel hermoso cuento de O. Henry, cuando la enferma espera la caída de la última hoja del árbol que anunciará su muerte, siento ganas de pintarle pájaros a la Pajarera (como esa hoja que su amigo pintor le dibujó a la enferma, esa hoja perenne, dibujada, que jamás se caerá)para romper con ese presagio de que, cuando el cardenal desaparezca, he de desaparecer yo y, por supuesto, el mundo que, hoy, a pesar de sus claroscuros, lo siento, todavía, mío.
Si supiera pintar, le pintaría muchas aves a mi querida Pajarera de Wilde. Como un reflejo de estos tiempos, donde, cada vez, nos quedamos con menos pájaros, lo aliento, diariamente, al cardenal a que resista, a que no se deje vencer por la soledad.
Mientras él cante, yo cantaré. Me lo he propuesto. En esa simbiosis, yo soy el cardenal encerrado en esa Pajarera que se ha ido vaciando.

ROBERTO DIAZ

(Escritor, poeta, periodista, traductor de habla inglesa, autor de canciones, con premios nacionales e internacionales. Fue declarado PERSONALIDAD DESTACADA DE LA CULTURA DE LA CIUDAD AUTONOMA DE BS.AS. EN EL AÑO 2007.

5.2.08

A otra cosa

No es bueno atarse de por vida; trae hastío, trae rutina, trae anquilosamiento. Las relaciones humanas pertenecen al mundo de la soledad, al mundo del soliloquio, a la individualidad más extrema. El otro es, siempre eso: el otro, más allá de ciertos afectos circunstanciales.
El Amor no es otra cosa que una herramienta que inventaron los románticos para dramatizar, aún más, la Vida; para tener argumentos estéticos, para seguir perpetuando el mito de la perennidad de las almas.
Pero lo único concreto es que todo pasa como pasan los ríos y nadie, como decía el viejo Herodoto, se baña dos veces en las mismas aguas.
Cada vez más, el hombre va perdiendo su sentido de pertenencia. Es casi imposible que alguien te pertenezca por entero; esto se acabó si es que alguna vez existió. Tengo serias dudas.
Cada uno es lo que es, con su pasado, su presente y su futuro, con sus traumas, con sus fantasmas, con sus desvelos y sus sueños. Con sus pasiones, sus resentimientos, sus dudas y sus vacilaciones.
La mujer (o ciertas mujeres preñadas de histeria) creen que pueden absorber al macho, como hacen algunas arañas perversas; ciertos hombres creen, vanamente, que pueden sojuzgar, a su libre albedrío, a su amante. Nada más lejos de la verdad. Y si lo intentan, lo más factible es que fracasen en el intento.
Los dramas pasionales, con el tiempo, se convierten en burdos vodeviles; la tragedia termina en comedia, cuando el tiempo (es decir, la indiferencia) gana los corazones.
A no llorar por cosas que terminaron; seamos adultos, seamos inteligentes y sensatos. Ninguna lágrima vale que se derrame por un hombre o una mujer. Ninguna.
Las cosas pasan y no quedan; la vida continúa; el tiempo, también.
A lo sumo, si queremos idealizar en algo la cuestión, hagamos una pequeña catarsis con un poema, con un dibujo, con un recuerdo.
Pero, poco. Nada merece eternizarse y eso que llamamos Amor, tampoco...

ROBERTO DIAZ

(Escritor, poeta, periodista, traductor de habla inglesa, autor de canciones, con premios nacionales e internacionales. ACABA DE SER DISTINGUIDO COMO PERSONALIDAD DESTACADA DE LA CULTURA DE LA CIUDAD AUTONOMA DE BS.AS.